martes, 27 de septiembre de 2011

Historia. La batalla que perdió el almirante Nelson.

Lord Nelson, el Niño del Platanito.
Para quien no lo sepa, lo cual sería sorprendente a éstas alturas, Horatio Nelson es el tipo que, sobre una columna, otea el horizonte sobre Trafalgar Square. Y esa céntrica plaza londinense se llama así precisamente porque Lord Nelson, que se fue al otro barrio por un mosquetazo francés, nos dió la del pulpo en el referido cabo de nuestra gaditana geografía. Siendo coherentes, le dio a los franchutes, pero cómo nosotros éramos su sujetavelas por aquella época, por extensión Lord Nelson nos la metió hasta el fondo. Y sin lubricar.  Dejándonos sin flota y con una cara de "¿eto que e lo que é?"Su leyenda viene de ese hecho, porque por lo demás, donde el gabacho no tuvo redaños de pararle, lo hizo el español y además muy lejos de la Península, en las Islas Canarias. Algo que no nos enseñan en la escuela en ese porcedimiento de atocinamiento masivo a los que nos están sometiendo en nuestro asqueroso sistema educativo.

¡Vamos muchachos que tenemos más cañones que ellos!
De esa guisa nos encontramos a Nelson unos añitos antes del desastre de Trafalgar, concretamente en mil setecientos noventa y siete, con un cabreo del quince porque habíamos apoyado a las trece colonias en su independencia del té con pastas y muy resuelto a hacer méritos para su británica majestad. ¿Y que mejor que quitar una plaza estratégica cómo Canarias? Porque si no lo saben yo se lo digo, en aquella época, todos los buques que comunicaban Cádiz con América recalaban en las islas Afortunadas. Ya que Vernon no había podido descabezar el imperio en Cartagena de Indias, ahora Nelson descabezaria la carrera de Indias aposentando sus reales en lo alto del Teide. Mientras siga apagado, claro.

Hay que ver lo guapo que va el niño con el traje de Comunión.
Con una flota de ocho buques, cuatro navíos, tres fragatas y una bombardera que nos habían guindado, se plantó frente a Santa Cruz, bien defendida por varios fortines. Vamos, que si no veía loque había es porque necesitaba gafas. Aún así preparó a novecientos casacas rojas que serían los encargados de hacer un desembarco más digno que los que Vernon mandó a la muerte en las murallas de Colombia. Cómo genio militar que era, diseñó un desembarco del carajo al nordeste, en Valleseco, dejándose caer hasta un montículo que llaman Altura (que original) y pillar por la espalda al castillo de Paso Alto, donde claro, estarían ciegos y no los verían venir en intrépida operación. Con la fortaleza pillada se negociaría la rendición de la ciudad y la caida formal de las Afortunadas bajo la bota inglesa. Si los tinerfeños cejaban en su empeño de desafiar a las fuerzas británicas y no abrían la puerta pues nada, más gente desembarcando en la mismisima playa de la ciudad y tenaza sobre ella.

El Tigre español que arrodilló al León inglés.
El perro inglés se las prometía felices (de hecho la saña con la que se empleó en Trafalgar debía de venir de lo canutas que se lo hicieron pasar en Tenerife). Aún así no contaba con la orografía de la isla que permitía avistar, a muchísima distancia, las luces de posición de los buques. O eso o el carajilla que andaba fumando de guardia. El chivatazo no tardó en llegar al responsable de la defensa, teniente general Gutierrez que movilizó todo lo movilizable que, además, era más bien poco. En aquella época el potencial naval de Inglaterra había comenzado a despuntar y ocho buques eran muchos buques. Entre el veintiuno y veintidos de julio se preparó una defensa que se preveía dificultosa, merced a la naturaleza de las fuerzas defensoras. Unos cuantos soldados, milicias y algún gabacho del puesto francés establecido en la Isla con motivo de los Pactos de Familia.

Venga chicos, esto está chupado...
En la madrugada del veintidós, con el viento de cara y el pecho retumbante, dieciseis lanchas de desembarco con infantes británicos se dejaron caer de las tres fragatas apontocadas frente a la ciudad de Tenerife. Era parter de una sucesión de movimientos que contarían con otras veintitrés lanchas bregando hacía la playa del Bufadero. Alguien dió un silbido y los ingleses se soltaron por la pata abajo, habían sido descubiertos y por poco friegan la olla debiendo retornar al punto de partida. First round failed.

Nelson andaba de aquí para allá en la cubierta de su buque insignia. Debía de estar bueno el colega. Al ver retornar las lanchas sin éxito se encerró en la cámara de derrota para pensar cómo hacer frente a la situación. Con la famosa flema británica puso a sus fracasados infantes a remar con las lanchas para aproximar lo máximo posible las fragatas a la playa. Allí hicieron el Typical Spanish Bulla Go, o lo que es lo mismo, todo el mundo en masa a tomar la playa. Eso sí, no contó (en que andaría pensando éste inglés) en que el fuego cruzado desde Paso Alto y el resto de posiciones aledañas le iban a mandar la tropa al otro barrio. Mil infantes pegando botes a lo largo de una enorme extensión de arena, más preocupados en salvar el culo tras una piedra que en encarar el mosquete contra el enemigo. De tomar el castillo ni papa. Además Gutiérrez que era un lince había mandado tropas a los pasos de Valleseco, donde fueron callendo los pretendidos asaltantes de Paso Alto. Un full total, con fuego cruzado, sin cobertura de artillería naval y sin saber si iban o venían los hijos de la Gran Bretaña corrieron a reembarcarse en la nocturnidad del veintitrés al veinticuatro. Second round failed.

A las bravas.
Nelson, que ha sido elevado al título de héroe sin ser más que un pobre mindundi, se estaría comiendo a esas alturas las uñas de rabia a la altura de los codos. Ordenó levar anclas y alejarse de la costa, no fuera que tuvieran cañones y les dejara la batallola cómo un cristo. Eran así de lerdos, sino había habido fuego de artillería hasta entonces, ¿qué le hacía suponer que lo iba a haber a partir de entonces? Gutiérrez que los veía alejarse, estaba con la mosca detrás de la oreja. Cogió la baqueta y se lió a reordenar la defensa. Dejó menos tropa en el castillejo y preparó los pasos, demás fortificaciones, preparó a la población para lo peor y reforzó el puerto.

Los ingleses mientras tanto tomaban la decisión más estúpida que se puede tomar en éstos casos. Atacar frontalmente, sin cobertura y con todo lo que quedaba por el puerto. Con un par. Llegamos, soltamos unos tiros, tomamos el castillo ese de San Cristobal. No ese no, el otro. Desplegamos infantes en la playa de la Pila para prevenir alborotos y aquí paz y luego gloria. El único que preguntó ¿Seguro? fue pasado, sumariamente, por la quilla con una soga atada a sus nobles pelotillas. Nelson se dejaría caer por la farra y le acompañaría el flemático capitán de navío Troubridge, que iba a demostrar lo que era un caballero del imperio muriendo miserablemente ante cuatro desarapados. Al ocaso del veinticuatro todo éstaba guay. Se embarcaron setecientos casacas rojas, que a esas alturas se andaban preguntando que leches pintaban ellos allí, en seis grupos de lanchas, prestos al desembarco. Otros doscientos para una balandra que tenían y el resto, en torno a setenta a un barco que les habían guindado a unos capullos canarios que andaban haciendo el cafre cuando los ingleses, subrepticiamente y en superioridad numérica se dejaron caer sobre ellos. Versión que contaron a su jefe.

Ainsss que nos han roto el Almirante. Vete encargando otro...
Con mucho cuidadito, remando despacito y cubiertos por lonas para no ser detectados, los sajones empezaron a bogar rumbo a tierra. Era el comienzo de la madrugada del veinticinco y no se veía un pijo. El mar calmo y los vigías atentos. Rema que rema hasta que por ha del demonío fueron detectados, ora por los vigías de San Cristobal, ora por una de las fragatas patrías. Así se lió el tangay y sí, resultó que al final teníamos cañones empezando a zumbar la linea de costa con obuses y bolones de mosquete que riase usted de lo que andarían pensando los ingleses en tan fatídico momento. Con el fuego de artillería, las milicias disparando, la resaca dispersando los lanchones, sólo algunas lanchas llegaron a meta. Y más valía que se hubieran dispersado porque para lo que se encontraron... Tres grupos calleron en el trayecto, llegando apenas cinco lanchas a poner el pie en el suelo. El resto hundidas, acribilladas, masacradas o estampadas contra las rocas mientras las dentelladas del español les iba dejando claro a los ingleses que aún quedaba el orgullo de los Tercios machacando a los miserables herejes. Con gran atino además, una de las piezas de artillería acertó a la balandra en toda la Santa Bárbara con lo que la explosión mandó al carajo y al infierno a cien almas y la mayor parte de la provisión de armas, pertrechos y munición con los que contaba Nelson para la aventura de Tenerife.

Nelson no llegó a hacer nada de provecho en la batalla. Llegó en el cuarto bote que desembarcaba y cómo se dejaba caer, un brazo de fue a tomar viento merced a una afortunada pieza de artillería  (el cañón Tigre) que, con todos los honours se conserva enel Museo Militar de Canarias junto con algúna Union jack jajaja y demás efectos que los brutánicos nos dejaron de recuerdo. A Nelson se lo llevaron para el barco, a darle curro al cirujano y Troubridge, bajo recio fuego de artillería consiguio bogar hasta desembarcar en la playa de la Caleta mientras contemplaba cómo el resto de la flota de lanchas era machacada sin piedad y sin esperanzas de retornar con buenas. Sólo quedaba de marchar para adelante y que fuera lo que el anglicano Dios quisiera. En esas llegaron a la plaza de la Pila donde se acuartelaron a la espera del grueso de la Fuerza. Mientras, un poco más allá, por la playa de las Carnicerías (nombre que precía ser premonitorio) se agruparon todas las fuerzas que no habían sido dispersadas, machacadas, acribilladas, capturadas o destruidas para comenzar la ofensiva hacía la ciudad.

La Union Jack de la Emerald, cómo oro en paño.
El avance no estuvo exento de dificultad. El inglés no jugaba en casa y, aunque en pertrecho parecía estar mejor equipado que el local, al final éste en genial jugada lo arrinconó en la Plaza de Santo Domingo. A la misma a la que llegó Troubridge cuando cansado de ver que no venía ni el papus dejó la relativa seguridad de La Pila para avanzar sobre Santo Domingo donde se encontraría con satisfacción con el resto de la Fuerza y con sorpresa con las tropas españolas que, rodeando la zona, le iban a dar para el pelo. A gritos conminó a sus hombres a meterse en el aledaño convento de Santo domingo para aprestarse a la defensa. En esas estaban, con un General Gutiérrez tirándose de los pelos ante lo que el estimaba que era una pérdida en toda regla cuando compareció ante él el teniente Vicente Siera con cinco pringaos que habían trincado en La Pila. Eso le dió animos y moral a nuestro estresado General al descubrir que la situación para los ingleses era desesperada y que era cuestión de tiempo que se rindieran.

Venga muchachotes, os rendís y después ya veremos como os vais.
La cosa terminaría unas horas más tarde. Gutiérrez reforzó el puerto para impedir que Nelson (medio Nelson más bien) enviara refuerzos a la isla y despues aprestó a las tropas para forzar la salida de los ingleses de la Iglesia en la que se habían cobijado. Troubridge se rendiría bajo unas condiciones honrosas para salir de allí, reembarcar en buques ingleses y algún canario para abandonar la isla y cerrar el capítulo, uno más, de la deshonrosa historia militar británica en su enfrentamiento con España. Nelson iría contando después que claro, que la cosa había ido cruda, que ocho mil defensores eran muchos y que aún así el había tenido los santísimos de arrostrar la situación e intentar la invasión. Luego resultaría que los defensores no brincaban de los mil setecientos, pero el fantasmón del almirante debía tener genes andaluces y era exagerado de narices. Por estimaciones, Nelson se dejó en Canarias trescientos cuarenta y nueve hombres y un brazo y los tinerfeños vieron caer a setenta y dós compatriotas. Third round failed.

Unos años más tarde, Nelson se haría un héroe en Trafalgar. Ennuestro descargo habría que añadir que nuestra flota estaba en la últimas, nuestros hombres eran casi todos de reemplazo y que nos capitaneaban los inútiles de los Gabachos, en una guerra que no era la nuestra. Si hubiera sido nuestra a éstas horas Trafalgar Square se llamaria Omelette Square o algo peor.

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