martes, 13 de septiembre de 2011

Leyendas. El Lagarto de la Malena (Jaén).

Está feo que yo, siendo de la llamada Tierra del Ronquío, aún no se por qué, no me haga eco de las fantásticas historias y leyendas que, entre peñas y olivos se entretejen a lo ancho y largo de la provincia de Jaén. Una sucesión de leyendas y curiosidades que ya empecé con el artículo sobre el Obispo Insepulto, cuya lectura recomiendo para que vayaís viendo de que manera se entreteje en el Paraiso Interior que además se cuenta entre las zonas con más misterios por metro cuadrado del Mundo. Dicho lo cual daré inicio con la Leyenda del Lagarto de la "Malena" que parece derivar del lugar donde se avistaba, vivía e incordiaba el icono por excelencia de la Capital del Santo Reino.

Así las cosas cuentan los anales, aseguran los textos y certifica la tradición oral  que antaño, no se sabe si antes o después de que San Fernando ollara el pie en Jaén o quizás cuando aún se llamaba Xauen. Quizas se sucediera en la ciudad nazarí de Jaén tierra fronteriza cuajada de los placeres del oriente aferrados a la seguridad de su alcazaba cómo puerta del Reino de Granada o açun quizás más tarde, cuando el castillo dejó de ostentar la media luna bajo la piadosa cruz y los alfanjes dejaron apso a la guardia de poderosos mandobles. Quiza fuera en esos tiempos o quizás aún más atrás en vísperas que se pierden en la noche de los Tiempos engullida por la neblina que no nos deja discernir entre lo que es cierto y lo que es historia. Sea cómo fuere pues, según quien nos lo cuente la fecha se hará arriba o abajo y cómo tal veremos que es una historía completamente atemporal, dícen que arribó a la Ciudad un poderoso animal. De portentosa y horrorosa figura, poderosas garras y simpar forma de enorme lagarto. Un animal cómo nunca antes se había visto allí y que parecía ser de otras tierras desconocidas o quizás huido o liberado, vaya usted a saber, de los mismos Avernos.

Otra versión, más lógica y menos romántica asevera que, el lagarto no era sino un enorme cocodrilo que habría sido traido por uno de aquellos que, enrolándose en la Carrera de Indias, volvió pleno de honores y riquezas de la Conquista de América. Dicese que estando en los manglares, quizá de Cuba o la Florida, mi paisano descubrio unos pequeños lagartos que, sin parecer peligrosos no dejaban de tener una boca cuajada de dientes. Trájolo consigo y una vez aquí el animal comenzó a crecer, demandando cada vez más alimento, carne se entiende, y obligando a su propietario que no deseaba deshacerse de el a comprar o robar carneros y ovejas con las que alimentarlo. Así hasta que el animal adquierio unas proporciones respetables y el conquistador no tuvo por menos que dejarlo libre, intentando después, sin exito, acabar con él.

Pero el bicho no era tonto y, aposentándose en la capital, se dío en refugiarse en un enorme manantial que surtía a Jaén de agua cristalina. Éste manantial o raudal que se llamaba de la Magdalena, en honor a la piadosa mujer que, con sus lágrimas y cabellos había lavado los píes del Salvador para despuñes ungirlos de olorosos bálsamos (Y que dicen las leyendas que no vienen al caso que intercambiaron algo más que limpieza) y era parte del populoso barrio en que sus moradores, acongojados, temían cada salida de la bestia. Pues la misma bestia en sus salidas sólo buscaba carne y eso suponía sangre, destrozos y dolor, hasta su regreso al Raudal donde, hinchado y ardoroso su estómago de las piezas cobradas, se dedicaba a aplacar sus molestias con las frescas aguas que manaban de la falda del castillo.

Asi se pasabanlas jornadas, calendas y años, con un monstruo horripilante que hacía y desfacía a su antojo impidiendo a la noble ciudad llevar a cabo las tareas que de normal, serian corrientes. No bullía el comercio, ni los campos daban su riendo, no había caballerias ni los rebaños se sostenían ante el empuje y las calles, plazas y avenidas quedaban desiertas cómo nunca antes lo habían hecho. La bestia reptíl no diferenciaba entre oveja caballo y persona y, en esas condiciones, lo mejor era quedarse en casita, aunque el hambre nos diera por todo lo alto. El instinto de conservación por delante.

Siendo la Tierra en que hollamos tierra de valientes militares, de fervientes servidores de la conquista de América y, en fin, partícipe de todas las grandes empresas en que España demandó servidores, cómo gran servidor fue el Condestable don Lucas de Iranzo, no podrían los habitantes de la capital resistir al empuje de la gallardía y el sentido del deber que la empresa de expulsar a tan molesto huesped requería. Asi, tras arduo periodo de congoja y de miedo terminó por salir el gran jaenero que terminara con la amenza y no sólo eso, que lo elevara al rango de leyenda imperecedera, aunque cómo suele suceder en España, en último término quedó recordado el rufían (el lagarto) y no el héroe que acabó con él. Hasta aquí convergen todas las versiones en una, ya sea de autores, historias o libros pero, llegados a tan vital punto de la Historia se desgranan tres posibles finales, con lo que podemos decir sin temor a equivocarnos que, con nuestro lagarto cómo todo en la vida, la cosa noes cómo empieza sino cómo acaba.

Relata el primer final que la hazaña en dar al traste con la vida del dragón, serpiente o lagarto fue uno de aquellos gallardos caballerois medievales que, en sabiendo que al bicho le daba igual que los hombres a los que se jamaba fueran con coraza o sin ella, con peto, puas o planchas de mejor o peor metal porque el resultado siempre era el mismo, se revistió de relucientes espejos poniendose frente al sol, que caía tras la bestia. De tal guisa y mira que tuvo el caballero que estudiar la estrategia esperó seguramente sin tenerlas todas consigo, pues una nube podía dar al traste con el plan, la acometida de la fiera, que en violento ataque y deslumbrada por el brillante atuendo de su adversario flaqueó en su intento de engullirlo permitiendo al Caballero zafarse del mismo y clavar su mandoble seccionando el enorme cuello del animal.

La segunda versión, menos caballeresca e impresionante, dice que, en habiendo en la prisión del municipio un preso condenado a la pena Capital y sabiendo del problema que la ciudad tenía urdió escapar de su destino acabando con la amenaza con medios que sin embargo, no se especifican en las crónicas, si bien debió de tener éxito para colocarse en éste relato cómo uno de los posibles finales de la historia.

La tercer y última versión nos cuenta que fue un natural de la misma Jaén, pastor de profesión quien viendo que, día sí y día también el montruo diezmaba su ganado y cansado de ésta situación pensó la manera de exterminarlo de manera segura y eficiente. Cuenta la historia que atribuye a ésta versión el correcto final de nuestra historia que, siendo sagaz e inteligente, el pastor determinó que la bestia que causaba estragos por su voraz apetito por su apetito debía de morir. Así, cogió uno de sus mejores corderos y lo preparo de tal manera que, siendo destripado y quedando sólo la piel la rellenó de yesca y polvora hasta más no poder y se lo lanzó, con la mecha prendida. El Lagarto viendo tan jugoso presente y nos abiendo discernir ell estraño fogonazo que lo acompañaba, lo tragó de un bocado y trasegándolo un fuerte reventón se produjo al estallar la carga que portaba. El resultado fue de muerte por indigestión de pólvora y el concejo celebró fiestas durante muchos días en medio de la alegría y el descanso, por fin, de los desmanes del bicho. Dice la Leyenda que el pueblo de Jaén paseo arriba y abajo la piel del animal mientras colmaba de honores al pastor del que, cómo dije antes y es muy normal en nuestra historia no se conoce ni la identidad ni la afiliacion.

Esta es, queridos lectores la leyenda del lagarto de la "Malena"

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